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Mostrando entradas de noviembre, 2018

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Alfredo Prandi El sueño del pibe by León-O Mi abuela Norma siempre se caracterizó por su energía desmedida. Pasaba la mayor parte del día realizando tareas del hogar y rara vez se la encontraba descansando, leyendo o simplemente tomando mate en la cocina. Al morir mi abuelo –a causa de un raro tipo de Parkinson, que primero lo inmovilizó, después lo dejó mudo y luego lo mató-, sus fuerzas se fueron apagando lentamente. Algunos años más tarde, un accidente la obligaría a operarse de la cadera y , desde ese momento, pasaría el resto de su vida en silla de ruedas. Años después de quedarse viuda, durante una charla telefónica que tuvo con mi madre, Norma confesó sentirse sola sin su querido Juan Carlos, y que sus ganas de vivir eran pocas. Pasarían veinte años hasta que la muerte llegase para rescatarla de la soledad, y no sería internada en un geriátrico ni en la fría sala de un hospital, si no en la cocina de la casa en la que vivió la mayor parte de su vida, rodeada de sus seres

Distintos tipos de cadenas

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Facundo Martín Desimone (título alternativo: “ la sombra fantasma de un antiguo canario amarillo con el mismo nombre que mi amigo Nico ”) El sueño del pibe by León-O Y es bien cierto, quieran o no los señores aburridos por tanto traje y tanta corbata ; habría que ir empezando, para variar, a contar las historias por el final. O, al menos, desde el otro lado (y aquí, que cada uno entienda lo que más le guste por esto de otro lado ).   Empezar a desembrollar este brusquísimo ovillo de lana más bien roja, o big-bang en miniatura (o en ampliación; claro, depende de en que lado del universo se esté parado), en todo caso, esta caminata cósmica y un poco cómica (en algunas partes, al menos. O quizás no, no se; no puedo acordarme, porque todavía no la escribí. Pero parece que en alguna realidad paralela, bastante difícil de definir pero que suele cruzárseme muy a menudo, atravesándome… bueno, no se la ubicación exacta, pero será, más o menos, un cuarto más abajo del centro exacto

La estatuilla danzante

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Facundo Martín Desimone En aquellos tiempos, existió una estatuilla danzante. La estatuilla no se podía regalar u abandonar así como así; cada vez que notaba alguna gota de desinterés, amenazaba con hacerse un daño terrible (como desfigurarse la cara o abandonar la danza) y uno se sentía imposible de hacerle un mal semejante . Al principio era lindo verla bailar sobre lo más alto de una planta , en uno de esos macetones grandes que ella confundía con la selva. Pero, a medida que los días se sucedían, ya no se conformaba con unos pocos minutos; había que inundarla de atención , interrumpiendo cualquier otra tarea. Incluso si, agotados por las tediosas horas de absorta contemplación , in-intencionadamente nos dormíamos, ella nos pellizcaba los párpados con sus diminutas uñas, a veces hasta un punto tal que, al despertar, pequeños hilillos de sangre se colaban en nuestro campo visual. Uno debía abandonar toda su vida como la conocía para dedicarse enteramente a la con

Nyton y el ritual de nacimiento

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Alfredo Prandi Nyton abrió los ojos una hora antes del amanecer y ya no pudo volver a dormir. Su mente repasaba una y otra vez las palabras, los movimientos, los gestos. Incluso llegó a chasquear los dedos marcando los segundos de silencio que debía dejar fluir entre plegarias. Cuando los rayos del sol entraron por fin a la habitación, Nyton pasaba la mano por la seda de sus ropajes frente a su reflejo, revisando que no quedaran arrugas y mucho menos, pelos o plumas. Ninguna mancha, ninguna imperfección. La barba recortando con delicadeza su rostro pálido, agudo. Un zafiro adherido con baba espesa en el centro de su frente, sobre su mirada firme y profunda.  La mirada de un guardián. Satisfecho, se alejó del cristal espejado y bebió tres sorbos de agua dulce de su vasija, no más. No sería decoroso llevar adelante el ritual con la vejiga llena y provocar la ira de los sabios sacerdotes aqua , a quienes hoy más que ningún otro día debía de agradarles. Se acercó a la puerta y