Distintos tipos de cadenas

Facundo Martín Desimone

(título alternativo: “la sombra fantasma de un antiguo canario amarillo con el mismo nombre que mi amigo Nico”)



Y es bien cierto, quieran o no los señores aburridos por tanto traje y tanta corbata; habría que ir empezando, para variar, a contar las historias por el final. O, al menos, desde el otro lado (y aquí, que cada uno entienda lo que más le guste por esto de otro lado).
 
Empezar a desembrollar este brusquísimo ovillo de lana más bien roja, o big-bang en miniatura (o en ampliación; claro, depende de en que lado del universo se esté parado), en todo caso, esta caminata cósmica y un poco cómica (en algunas partes, al menos.

O quizás no, no se; no puedo acordarme, porque todavía no la escribí. Pero parece que en alguna realidad paralela, bastante difícil de definir pero que suele cruzárseme muy a menudo, atravesándome… bueno, no se la ubicación exacta, pero será, más o menos, un cuarto más abajo del centro exacto del cerebro, ya la escribí).

Bueno, manos a la obra, entonces; ¿por dónde comenzar? (acá ya se tendría que empezar a advertir que empezar por el final es mucho más complicado que empezar por el principio, porque los principios suelen ser [en su gran, desastrosa, corrompida y saturada mayoría], unitarios, de una sola vía, o como se quiera entender, pero la posibilidad de un final es siempre una gigantesca y fortísima catarata de posibilidades que dispara, chorrea y gotea “agua posible” para todos lados, y esto si habría que ir entendiéndolo y distinguiéndolo claramente de todo lo demás [y otra vez, me lavo las manos, y que cada cual entienda lo que le parezca por la expresión todo lo demás]).

Básicamente y, reduciendo todos los espirales anímicos y cataratas de lo que sea, me quedan dos posibilidades: o empiezo por Nico, o empiezo por el canario. Y creo que voy a empezar por el canario, porque todos sabemos que en las “imitaciones de la vida”, cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa, es más interesante que un ser humano.

Sicalis flaveola (Canario coronado) (6)

El canario era amarillo claro, pero fuerte. Sus minúsculas plumas se me antojaban como rayos de sol solidificados, o como las plumas de las alas que se hizo una vez, hace añares, Ícaro.

Su jaula (es horrible y me parte el alma decirlo, pero hay que decirlo: estaba en una jaula; las disposiciones político-ideológico-sociales de mi familia en esos momentos no permitían tener canarios sueltos por ahí, lamentablemente) era color metal, pero muy grande, y tenía techo a dos aguas, y además era rojo.

No tengo la menor idea de porque le habré puesto Nicolás de nombre (a Nico, quien iba a ser y, gracias a dios, todavía es [al menos hasta el momento de escribir esto], uno de los mejores amigos de toda la vida, iba a conocerlo años después, y nunca se me hubiese ocurrido relacionar los dos hechos, si no fuera por…).

Vino de niño volando desde su patria (las islas canarias), llego por accidente acá. En un descuido (se habrá quedado dormido sobre la tibia y blanda arena de alguna playa sureña), lo atraparon y lo enjaularon, recortándole brevemente las alas para que no pueda escaparse, coartando eternamente su natural libertad (en realidad, lo más probable es que haya nacido en cautiverio; pero desde el punto de vista del relato, es mucho más interesante que haya venido volando cuando niño desde las islas canarias).

Embarcadero de Taguluche


Silbaba como un hijo de puta. Seguramente su silbido expresara la nostalgia por su libertad anhelada y prohibida (literariamente hablando, por supuesto).

Me encantaba escucharlo silbar. Creo (mejor dicho, estoy seguro) que los inventores del tango debían vivir rodeados de canarios. Mi abuelo también silbaba mucho. Se sabía tantos tangos de memoria. Era una especie de canario gigante de pelo blanco y anteojos. Pero no tenía jaula (o al menos, no-visible por ojos humanos). Quizás por eso estaba siempre tan alegre, a diferencia de los demás canarios. Su silbido nacía desde otro lugar, una emoción casi opuesta a la de ellos.

En fin, un día Nicolás (el canario, no mi amigo) tuvo que irse, porque llegó a la casa un nuevo inquilino (las razones de su llegada son oscuras y nebulosas): Ulises, un gato siamés bebé que inauguraría lo que sería una larga tradición de gatos siameses en la familia. Obviamente, mis viejos empezaron con la cantinela de que era perverso (y además sádico) exponer al canario a una muerte por paro cardíaco, etc.

Bajo ésas circunstancias, Nicolás fue regalado (junto a una larga fila de mascotas que incluían pequeñas arañas, hamsters, pececitos de colores, tritones, diferentes tipos de lagartijas, sapos, y, finalmente, unas pequeñas y exóticas ranas color beige, increíblemente estilizadas, que tenían ventosas en las patas y, además, la propiedad de adoptar el color de las superficies sobre las cuales se posaban, al igual que los camaleones), con la esperanza, tal vez, de mayor felicidad, y nunca más volví a verlo.

juillet 387

Años después lo conocí a Nico y nunca se me hubiese ocurrido que estas dos personas tan diferentes tuvieran algo que ver entre sí, hasta que el otro día lo escuché tocar un tango en la guitarra (no era un silbido, pero claramente se distinguía su esencia), y ésa misma noche soñé que el fantasma de mi ex canario (lo de la sombra lo inventé porque se me hacía como más decorativo; la sombra del fantasma, ésas cosas) se metía adentro de la cabeza de Nico y se quedaba a vivir ahí.

Llegados a este punto, tendría que hablar un poco de las cadenas, que vendrían a ser el “principio” de esta “historia” (lo que todavía no sé es cómo carajo voy a hacer para hilar las dos partes; supongo que usaré algún conector estúpido como: “Mientras tanto…”, o: “Por otro lado…”, etc.).

Decir que el mundo está estructurado por diferentes tipos de cadenas es decir que es una idea que se me ocurrió y lo expreso con esa metáfora (aunque nada tiene de raro que, ante mis ojos, esa frase no tenga absolutamente nada de “metáfora”, y que yo realmente vea miles y millones de diferentes tipos de cadenas enredadas entre sí cuando miro las cosas, y nada más, y que a eso le llame “mundo”. Algunos lo llamarán causalidad; allá ellos). Así que todo (y todos) no somos más que cadenas, articuladas de una determinada manera, y se acabó.
  Aunque, ya se sabe, hay cadenas de hierro, de adamantium, de hule, de terciopelo magenta, de madera, de metal oxidado y hasta de piel, y por ahí andaba Garay.
 

Gogo eta gorputzaren zilbor hesteak

Listo. Ahora lo que me faltaría es encontrar ese famoso “conector” del que hablaba antes, como para unir las dos partes.

Mmm… creo que ya está; a ver, bien podría ser algo así como:

Y, hablando de cadenas y este tipo de cosas, me viene a la memoria algo que pasó una vez con mi amigo Nico y un canario…”.

Perfecto. A partir de éste momento, la “historia” queda armada y perfectamente articulada. Comuníquese, archívese… y ustedes sabrán.



* Cuento publicado en la revista cultural española "Resonancias", en el año 2010.

Facundo Martín Desimone es escritor, periodista, músico (León-O), guionista (Edén Comics) y actor (Convalece).

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