Injusticia en el mundo de los cafeses

Facundo Martín Desimone



Entro como flotando, apenas rozando la tierra (como quien intenta preservar intacta la belleza de sus zapatos) de este mundo que tan poco frecuentamos.

Tomo a la noche en mis brazos y me la ato al cuello con un nudo de estrellas. Usándola como una capa, cubro todo mi cuerpo con ella. Todo menos la cabeza. Y el cuello.

Me reciben las luces, coagulando la corteza de los árboles. Sé que su intención es buena, pero mis pupilas tardan en acostumbrarse al centelleo de tantas sonrisas. Inutilizando el ruido como quien omite comunicar el detalle que podría inutilizar por siempre las bombas atómicas, me decís:

—Entremos. Da lo mismo, todos son iguales.
—Entremos, pero con la única condición de que aceptes que no da lo mismo y que no todos son iguales.

Panel cerámico en "La Sala de los Mosaicos", obra de Gregorio Muñoz Dueñas en la Estación del Norte

Clavás las suelas de tus botas en la baldosa, te cruzás de brazos, revoleás los ojos, resoplás (provocando la elevación de uno de tus infinitos mechones de pelo) y me decís:

—Está bien.

Entramos.

Nos atendió un señor con bigotes de marfil y traje acristalado. Tenía los ojos grasientos como de lombriz y cara de hacer muy mal su trabajo.

—No seas prejuicioso. Probemos, a ver qué pasa —me dijiste. Ordenamos y el camarero se retiró bailando y cantando al compás de una salsa criolla.

Salsa Criolla

Nuestras lenguas se desprendieron, imposibilitando todo sonido.

Esperamos contentos, observando como las parejas a nuestro alrededor batían sus alas como pequeños cangrejos intentando demostrarse su amor, mirándonos a través de las diferencias, charlando en silencio. Tus ojos de abejita brillaban como la calma de la luna.

Volvió el camarero. Le habíamos pedido una sopa para dos, pero nos trajo un mosquito muerto. Mi pelo se crispó.

Volvimos a colocarnos las lenguas en sus lugares y me dijiste:

—Una más; si lo vuelve a hacer mal, nos vamos.

grillo talpa

Pedimos helado y brochettes de grillo.

Esta vez, el diálogo, aunque ya no mudo, fue diferente. Algo en el ambiente hizo que estableciéramos una conexión perfecta. Las demás parejas nos miraban, envidiándonos desde el colmo de sus raros peinados caros.

De tanto brillar, casi nos convertimos en estrellas.

Inundados de nuestros propios cariños, apenas notamos cuando volvió el camarero con dos tacitas de té. Parecíamos un módem y un dispositivo smartphone.

Nuestras mentes se abrieron como libros, ese objeto ya entrópicamente en desuso.

PHILOSOPHY !?........... ( ? ) + ( * ) = ( ! )

Pero cuando me fui a nutrir con tus últimas páginas, bordadas con letras doradas y decoradas con los más finos trazos renacentistas, cerraste tus tapas en mi cara y volviste al estante polvoriento, junto con los demás libros, aburridos, musgosos.

Me tomé las dos tazas.

Tazas?

Este relato fue publicado en el periódico entrreriano Panza verde, en 2011.

* Facundo Martín Desimone es escritor, periodista, músico (León-O), guionista (Edén Comics) y actor (Convalece).

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