El campo de los rusos

Facundo Martín Desimone



La novela Los amigos soviéticos (Mondadori, 2009), del escritor Juan Terranova, transcurre en el año 2008, época tumultuosa para los argentinos, debido, entre otras cosas, al estallido del conflicto entre el Gobierno de Cristina Kirchner y el campo. En la televisión de aquel momento se podía ver a cada instante a los grandes terratenientes de nuestra nación vertiendo interminables litros de leche en los caminos y desperdiciando de igual manera verduras, frutas, hortalizas y demás productos de la tierra que bien hubiesen podido alimentar a buena parte del país.

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Contenido ideológico no-fetichista

No obstante, cabe aclarar aquí, que no se trata de una novela política. O más bien sí (al fin y al cabo, ¿qué novela podría escapar de la política?), para todo aquel que pesque y quiera pescar las diferentes ironías y puntas de icebergs que asoman constantemente escondidas dentro del gran camuflador (el humor) o en situaciones aparentemente bizarras, ridículas, absurdas y hasta abstractas. Lo cierto es que no se trata de una novela política al estilo del “panfleto ideológico”, como hacen aquellos escritores cuyas manos no pueden parar de confundir furiosas, indeterminadas, ilegibles, ideas o ideales con literatura. 

De hecho, ni siquiera aborda demasiado el tema del conflicto del campo que  hizo temblar el piso del país en esa época (aunque los protagonistas se den el lujo de castigar, en nombre de todos nosotros, a un grupo de manifestantes porteños que hacen un cacerolazo a favor de los sojeros, disparándoles con un rifle de aire comprimido calibre 4.5 en el capítulo 5, a pocas páginas del inicio de la novela). La tensión, sin embargo, se mantiene hasta el final, soslayando y socavando otros aspectos del libro, saliendo a la superficie sólo en contadas ocasiones para volver enseguida a esa carretera subterránea, y espiar desde abajo todo lo que ocurre entre letra y letra.

#Monsanto 400++


Contenido sustancioso

En resumidas cuentas, en ese período vital que abarca el libro (que no llega a ser un año, siguiendo siempre las reglas del calendario christiano [del latín Christian], apostólico y romano), la obra se lanza a navegar en una especie de “recopilación” de charlas de uno de los protagonistas y narrador omnisciente a la vez ("no-named"), porteño a las claras, con su amigo Volodia (un químico emigrado de la ex Unión Soviética tras la caída del muro, que llegó a Buenos Aires en 1994 y que trabaja en una distribuidora de insumos farmacéuticos).

Estos diálogos, cuyas temáticas pasan por un sinfín de matices y registros (mujeres, alcohol, ciencia ficción, política, historia, nazismo, socialismo, pornografía, películas de acción estadounidenses, filosofía, sociología, intrascendencias, observaciones banales y un gran etcétera) están orientadas principalmente a “desmitificar” diferentes aspectos que el imaginario social o el famoso “inconsciente colectivo” suele atribuir a los rusos; a su extenso, bello y ciclotímico país, y a la Revolución de Octubre (que ellos llaman, simplemente, “la revolución” a secas).

Esa agenda incluye la “ensalada rusa”; el intercambio cultural semi-legal con los estados (des)unidos de (norte)América (un “secreto a voces”); las tensas relaciones de camaradería y solidaridad entre Cuba y Rusia, y otro gran etcétera. Esas conversaciones obviamente despiertan una generosa cantidad de anécdotas, recuerdos, reflexiones, fragmentos de relatos autobiográficos y análisis sociopolíticos del porteño, que aprovecha para criticar, siempre con un dejo de amarga y mordaz suspicacia, la historia y la psicología de los habitantes de la Reina del Plata.

Jack in the Green Festival Hastings


Serguei (apartado merecidamente especial)

Se plantea como “personaje secundario”, aparece en muy pocos capítulos (en comparación con Volodia), suele rodearlo un halo rutinario, opaco y algo denso, cargado de humo y humedad, y, sin embargo… es uno de los personajes más emblemáticos de Los amigos soviéticos. Sólidamente construido, compañero de Volodia en la emigración mágica y misteriosa hacia un destino ignoto, sólo maneja unos pocos y mínimos vocablos en español, y, para colmo, mal pronunciados. Trabaja en una playa de estacionamiento y es el responsable de que el título de la novela tenga tres “S”. A pesar de que raramente termina de comprenderse si está bromeando o hablando en serio (si es que alguna vez lo hace), es el encargado de cantar algunas de las verdades más fuertes de la ficción.

By night - La Chevêche d'Athéna ou Chouette chevêche (16) - Athene noctua


Narrativa [concepto marxista–revolucionario]

El estilo narrativo de la novela es sobrio, concreto, directo y simple (que no es para nada sinónimo de “llano” o “sencillo”). El autor se hace entender perfectamente en cada palabra durante toda la novela. No incurre en metáforas para iniciados ni en cripticismos absurdos: tiene bien en claro lo que quiere contar y lo cuenta así: sin vueltas (no es recomendable para niños menores de 13 años o fanáticos empedernidos de Bernardo Neustadt, que probablemente no entenderán un solo verbo de lo que se trata allí).

La brevedad de los capítulos y el lenguaje, en un punto medio muy logrado entre lo que sería un extremo lirismo y el registro coloquial, permiten que la lectura sea lo más fluida posible. Los acontecimientos se van desarrollando entre la realidad más indudable y la mística del absurdo, siempre impredecibles para el lector. 

Los “gags” o momentos humorísticos, que abundan y nos asaltan desprevenidos por todos lados, son realmente una sutileza, absolutamente disfrutables y dignos de apreciar, de un humor genuino e inteligente, que queda rebotando en la cabeza una vez cerrado el libro.

Corazón proyectado


Valoraciones, sensaciones y conclusiones plusválidas

Si bien es algo frecuente ganar con las relecturas, en este libro específicamente resulta marcado y notable el efecto (detalles que tal vez pasemos por alto en una primera lectura, tildándolos tal vez de insignificantes, se vuelven, de repente, plenamente significantes, incluso más, quizás, que ciertos momentos centrales de la novela, situación que permite construir un “segundo libro” alternativo, y un tercero, y así, hasta el infinito).

Es deber de todo artista que se precie de serlo provocar ideas, sensaciones y sentimientos nuevos; reforzar algunos que ya están; recordar o revivir algunos ancestrales; quitar velos; mover mecanismos invisibles; permitir saltos de paradigmas; fomentar una mirada crítica del “afuera” y, finalmente y por muy peyorativo que suene, “despertar a la imbécil multitud”, como bien decía el señor Luis Buñuel. Lamentablemente, la regla nos dice que no es muy común, en las épocas que corren, que los escritores logren dichos objetivos. Terranova es la excepción a aquella regla.



Crítica literaria originalmente publicada en la revista DIXI (He dicho), en agosto de 2012.

* Juan Terranova nació en el año 75 D.C. (es decir, el año 75 desde la creación de la empresa de Comics D.C.). Escritor y periodista, ha publicado varios títulos en España, México y Latinoamérica. Graduado en la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires, algunos de sus libros más destacados son El Caníbal (2002), El pornógrafo (2005), Mi nombre es Rufus (2008) e Hiroshima (2010), entre otros. Actualmente dirige el blog El conejo de la suerte y escribe una columna semanal sobre la industria literaria en el periódico digital HiperCrítico.com. Dicta, además, diferentes talleres de narrativa y periodismo-político en el Centro de Estudios Comunitarios. Se dice que entre sus habilidades extracurriculares se cuentan el poder de convertir las piedras en oro y de mover objetos con la mente. Es probable, además, que disponga de un mapa diseñado por el sacerdote egipcio Imhotep, que traza las rutas de las esferas celestes en la mecánica supralunar.

* Facundo Martín Desimone es escritor, periodista, músico (León-O), guionista (Edén Comics) y actor (Convalece).

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