Laguna - Capítulo 9

Alfredo Prandi



Pueblo
(Despensa de César)

La tarde se ahoga entre nubes de lluvia que amenazan con abalanzarse sobre el pueblo gris. Las tiras de goma transparente cosquillean el piso del almacén. Laura brota de la cortina y se dirige hacia la heladera que funciona de mostrador. Un hombre cincuentón y regordete cuenta dinero y suspira con resignación. Se gira para encontrarse con la demacrada cara de Laura. La mira de arriba abajo, sus pies están lastimados de tanto correr sobre el asfalto.

—Señorita… ¿se encuentra bien? —pregunta al ver la expresión de miedo de la mujer.
Laura asiente con la cabeza. Todavía está un poco agitada.
—Sí. Gracias. Quisiera usar su teléfono, por favor.
—-Cómo no, ya se lo alcanzo —responde solícito el hombre y desaparece por una puerta al final del mostrador.

Laura normaliza la respiración y observa la despensa. Rodeando el mostrador a su izquierda ve unas pocas mesas de madera y algunas sillas, probablemente para uso de la familia que sostiene el negocio. Las ventanas son pequeñas y están tapadas por cajas de mercadería. Laura camina unos pasos e inconscientemente mete las manos en la campera. Siente algo en el bolsillo y saca la mano. Una billetera de cuero, con bastante dinero adentro.

Day 69 - Leather

El hombre reaparece, Laura guarda la billetera por acto reflejo y se acerca a él. La mano regordeta del almacenero le da un teléfono inalámbrico.

—Gracias—Laura intenta sonreír y por un segundo lo logra. El almacenero asiente con amabilidad. Ella toma el teléfono y se dirige a la mesa de madera, arrastra una silla y se sienta a marcar los números con ansiedad.

Dos hombres brotan de la cortina de plástico y observan al almacén. El primero parece tener unos cincuenta años y lleva una suave sonrisa en el centro de una barba canosa e incipiente. Detrás de él, un joven de unos veinte años, bastante abrigado a pesar del clima indeciso, se acomoda frente al mostrador. El dueño del almacén echa una breve mirada a Laura y se acerca para atender a los clientes recién llegados.

El hombre de barba, al verlo, agudiza la vista y levanta las manos con alegría.

—¡No te puedo creer, mi viejo amigo César sigue vivo!
César lo mira extrañado pero en seguida se le ilumina el rostro. 
—¡Quique!
—¿Cómo estás, gordo? ¡No cambiaste nada!
Los viejos amigos se abrazan por arriba del mostrador. César está contento y sorprendido.
—Qué alegría verte, Quique, tantos años ¿Qué te trae por acá?
—El trabajo, hermano, quise agarrar esta zona para ver en qué andaba mi viejo pueblito, veo que la cosa ha cambiado bastante.
—Bastante para mal, ya no se acerca casi nadie para éste lado, un pueblo fantasma parece —contesta César mirando hacia la puerta y acodándose en el mostrador— ¿Éste es tu pibe?

..... and company

Quique se gira, pasa un brazo por los hombros del muchacho y lo acerca.

—Éste es mío, sí. Facundo, Veintitrés años tiene ya, ¿no? —pregunta mirando a su hijo. Facundo asiente con la cabeza sonriendo y extendiendo la mano.
César le estrecha la mano con fuerza.
—Te felicito, parece ser muy educado ¡No parece hijo tuyo! —ambos amigos ríen como hace treinta años atrás.
Laura corta el teléfono por cuarta vez. Suspira con los ojos cerrados, echa una mirada hacia los hombres que se ríen junto al mostrador y vuelve a marcar.
—Decime, Quique —continúa César risueño—, ¿de qué estás laburando ahora?
—Hace veinte años que soy inspector de sanidad —responde Quique, con orgullo— ¿Qué te parece?
—¡Entonces no te invito a pasar a la despensa porque voy muerto! —vuelve a bromear César.
Quique y su hijo vuelven a reír.
—Por hoy zafás. Me mandaron a recorrer las instalaciones de acá de la FAR, al otro lado de la laguna.

Chesterfield Archive 004 - 098

Laura enfoca sus sentidos hacia el hombre de barba, sin alejarse el tubo del oído. El sonido del tono de llamada es eterno.

—Me traje al pibe para que vea el pueblo donde creció su viejo —oye decir a Quique. En ese momento, del otro lado del teléfono, una voz masculina contesta.
—¿Hola?
Laura se activa de nuevo. No habla, pero su respiración se acelera y traga saliva.
—¿Hola? —repite la voz.
Laura respira hondo y habla.
—Cuatro. Siete dos dos. Nueve.
Una pausa larga. Laura aprieta la oreja contra el tubo con ansiedad.
—¿Código de rastreo? —preguntan por fin del otro lado. Laura busca a su alrededor y encuentra un pequeño reloj de pared marcando las cinco en punto.
—Cinco —dice con la vista clavada en el reloj—. Cinco diecisiete.

366 dias 366 relojes 184@día Reloj de pared

En el mostrador, la charla continúa.

—La FAR —César suelta un bufido—. Cuando llegaron vos ya te habías ido para capital. Dos años después empezaron a cerrar todos los campings a lo largo de la laguna. La contaminación. Destruyeron la economía del pueblo, el turismo, la pesca.
—Qué lástima… no sabía nada —comentó Quique con tristeza.
—Nadie supo nada hasta que cerraron el camino a las compuertas. Privatizaron todo la zona de diques que antes manejaba la intendencia, vendieron todo y se borraron. Con algunos vecinos bordeamos la laguna hasta la fábrica para quejarnos.
—¿Y? No les dieron pelota.
—Sin intendente, sin plata para negociar y con una población de menos de doscientas personas… ni siquiera nos atendieron.
—¡Me cuesta creer que nadie me haya informado de todo esto! ¡Qué locura!
—Una noche cortamos el camino con carpas y nos quedamos ahí varios días, queriendo frenar la entrada y salida de camiones por ambos lados —César chistó y negó con la cabeza—. Ni un solo camión en cinco días, ni una sola persona asomándose a las rejas.
—Pero… —Quique era pura indignación— ¿No se dedican a la fabricación y distribución de artículos de computación? ¿Cómo sobrevive a un corte de cinco días sin mediaciones?

9/52 : Le traité de non prolifération nucléaire - The nuclear non-proliferation treaty

—¿Distribución? Hace siete años que no se ven camiones de la FAR cerca de la laguna. Juraría que la abandonaron si no fuera por la sirena esa que hacen sonar cada tanto.
—Estoy sorprendido —dice Quique, con seriedad—. Voy a llamar al director para informarle de todo esto. Mi teléfono no tiene señal desde que llegué ¿Me prestarías el tuyo?
—Acá no tiene sentido usar teléfono celular, quique. Esperá que me fijo si la chica lo terminó de usar.

César se acerca a la esquina del mostrador y se asoma hacia las mesas. El inalámbrico descansa apoyado sobre la mesa. No hay señales de Laura.

—Qué raro… recién había una chica, ahora no está.
—¿No te habrás vuelto medio loco vos? Entre fábricas abandonadas y mujeres que desaparecen no sé que pensar, gordo —bromea Quique.
—Te lo juro —responde César, sorprendido—. Estaba sentada justo acá.

El ruido del motor del auto quiebra el aire de misterio dentro del almacén, Quique gira la cabeza y se abalanza hacia la vereda para ver como se llevan su Renault 18 blanco por el camino que bordea la laguna. Quique grita en vano con la mano hacia delante. Detrás de él salen Facundo y César. Los tres se quedan incrédulos, viendo el coche alejarse entre las casas y los árboles.



* Alfredo Prandi es guionista, director de cine y content creator. Blog alternativo del autor: Alfredium.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Laguna - Capítulo 3

Nueva (y breve) camada de Haíkus (el acento es a propósito, eh; no se vayan a creer soy tan ignorante, no se vayan a)

Laguna - Capítulo 4